Existencia no identificada





Aún me pregunto qué me ha pasado. Algo en mí se ha perdido, desde aquella noche en la que desperté en el bosque. Aquella en la que cerré los ojos pensando que no volvería a abrirlos cuando atardeciera al día siguiente. Esa en la que por primera vez experimenté el miedo a dejar de existir. Pero sigo aquí, aunque no sé muy bien el por qué.

Y nunca lo he sabido. Aquella no debió ser la primera vez que experimentase el miedo a desaparecer. Cuando abandoné mi vida, cuando me convertí en lo que soy, en ese momento tuve que sentir cómo moría, cómo mi vida se esfumaba... Todos me han hablado de ello. De esa vivencia traumática que supuso su renacer.

Pero yo no la recuerdo. En realidad recuerdo muy pocas cosas de mí mismo. No sé quien era antes de ser quien soy hoy, y tampoco sé cuando empecé a ser quien soy. Y ahora siento que de nuevo pierdo parte de mi identidad. Como si pensara a medias, sintiese a medias y hablara ahora sin un punto de vista que antes tenía y ahora no, aunque no logre identificarlo.

¿Dónde está la parte que me falta?

Morfeo será la solución




Abrí los ojos, y lo primero que vi fue la oscuridad. Por un momento pensé que lo que veía era el vacío, la nada. Aquello que debían ver los muertos. Los que estaban realmente muertos del todo.

Algo me rodeaba. Por suerte el aire es algo que puede faltarme, pues no lo necesito. Alí no se podía respirar, estaba seguro. Moví mis manos, o al menos tuve la intención de hacerlo, pues no sabía si sería capaz de ello, y tampoco sabía en dónde estaban situadas. Aquello que me rodeaba tenía un tacto frío, era una capa fina, dura e impermeable que me embutía.

Y entonces medité. ¿Tenían sentido del tacto aquellos que ya no existían? Probablemente no. Probablemente había ocurrido de nuevo, y aquella parte de mí que se aferraba a esta vida a medias me había impedido acabar con lo que ya considero absurdo desde hace tiempo.

La angustia me llenó por momentos. No era producto de la incertidumbre de no saber en dónde me encontraba y cómo había llegado allí.. Simplemente quería descansar... Descansar para siempre. Quizá, quizá si sólo él fuera el que llenase mi cuerpo podría poner fin a este sufrimiento.

Y embriagado por la desesperación, por las ganas de desaparecer, me dejé caer de nuevo en el silencio. Sin saber si mis ojos estaban cerrados, o simplemente miraban a la oscuridad. Fui perdiendo poco a poco la noción de lo que me rodeaba, hasta que al fin la perdí de mí mismo, y entonces no fui capaz ni de percibir la oscuridad que me acunaba y me invadía. Ni la del lugar en el que me encontraba, ni la de mi alma condenada.

Pasado incierto


"¿Cómo he llegado hasta aquí?" Esas fueron las primeras palabras que se me vinieron a la cabeza cuando recuperé la consciencia de mí mismo. No sabía lo que podía haber ocurrido desde ayer, y eso me aterraba.

Desde hace algún tiempo me pasa constantemente, pierdo la noción de todo, y luego vuelvo a recuperarla, y me encuentro en un lugar distinto al que estaba en un principio o haciendo algo impropio de mí, como es el caso.

Porque es bastante impropio de mí estar a las afueras de la ciudad, en medio de una arboleda, a tan altas horas de la madrugada. Y es sencillo imaginar el por qué... Valoro lo suficiente mi pellejo muerto como para quedarme aquí, a la intemperie, a esperar a que salga el sol. Sobra explicar lo que pasaría si lo hiciera. Desde que uno tiene consciencia de su condición le guarda un profundo respeto a la luz del día y al fuego. Esto se debe a que si bien es difícil matar a alguien como yo, eso lo pone más fácil.

Me he despertado en medio de la nada, y he comenzado a buscar algún sitio en el que cobijarme. Noto cómo mi tensión ha ido aumentando a medida que han pasado los minutos, y cómo mis pasos se han ido acelerando, al punto de estar al borde de la carrera. Miro ladera arriba y comienzo a ascender. Me queda poco tiempo. Los instintos luchan por primar, y me doy cuenta de que es absurdo reprimirlos cuando mi vida está en juego.

Mi marcha comienza a ser desesperada, rápida. Pero a penas hay luz y no paro de tropezarme con las raices de los troncos. Mis sentidos, ante la emergencia, se agudizan.Un olor, un olor distinto a lo demás. Lo sigo, a tientas, raudo en la medida de lo posible. Ante mí se va dibujando una silueta. En un primer momento es un borrón oscuro en medio de la nada, pero a medida que me acerco puedo distinguir más detalles y mi esperanza crece. Una especie de cabaña, en medio del bosque. No me detuve a pensar en la casualidad.

Sentía cómo mis movimientos se iban volviendo lentos, cómo mi cuerpo se volvía pesado. Actué deprisa. Entré, procurando no hacer ruido, pues no sabía si había alguien en el interior y me encontraba en una posición de clara desventaja. Busqué desesperadamente un lugar protegido o algo con lo que cubrirme del sol. Un montón de lonas viejas descansaban tiradas en una esquina. Estaban llenas de polvo, pero mi ropa seguramente estaría ya llena de tierra después de mi carrera y aquel no era momento de hacerle ascos a nada.

Me cubrí con las lonas, envolviéndome en ellas como un gusano en su crisálida. Me encogí, sintiendo en mis carnes cómo se aproximaba la hora, suplicándole a la nada que todo saliera bien.

Fugas a destiempo


No sabía cuánto tiempo había pasado sin que a penas se percatase, así, con los ojos abiertos, mirando, sin saber a dónde, en medio de la oscuridad. Esa oscuridad que se había convertido en parte de su existencia desde hacía ya tantos años, esa que le había arrebatado tantas cosas.

Era extraño. No entendía por qué seguía despertando. No encontraba una razón para hacerlo, ni tampoco una razón por la cual estar ahí. Aquella vida a medias se había vuelto un ciclo repetitivo, o quizás siempre lo fue, pero era ahora cuando se daba cuenta, después de recorrer el mismo camino en tantas ocasiones, llegando siempre al punto de partida.

¿Qué sentido tenía aquello? Al menos los que tenían una vida de verdad, una vida que perder, tenían presente día tras día la fugacidad de su tiempo, sabían que algún día todo acabaría. Pero este no era el caso. No había fin, y si lo había, era incierto.

Y había perdido más que ganado en todo el tiempo que llevaba sin saber si algún día todo acabaría. Había visto cómo todos los que tenían un fin trascendían, y en cambio su existencia seguía ahí. Cada vez más vacía, más solitaria. Y con los años lo había entendido, había comprendido cada matiz de la sentencia. Estaba maldito.

Definitivamente nada tenía sentido, se dijo. Y así fue como se decidió a acabar con lo que debía haber acabado en el mismo momento en que todo empezó.

El cuento de la Primera Ciudad


En el inicio de todo
Sólo existía Caín;
Caín, quien sacrificó a su hermano
Desbordado por el amor.


Caín, quien fue exiliado;
Caín, quien fue maldito
Con la inmortalidad;
Caín, quien fue maldito
Con el ansia por la sangre.


Es de Caín de quien venimos,
El Sire de nuestro Sire.
Durante toda una era
Vivió en la tierra de Nod,
En soledad y sufrimiento


Durante un eón estuvo solo,
Pero la memoria cambiante
Ahogó su tristeza.
Y así regresó
Al mundo de los mortales,


Al mundo que su hermano
Seth, trigénito de Eva,
Y los hijos de Seth
Habían creado.
Retornó y fue bienvenido,


Pues nadie podía lastimarle
Debido a la Marca
Que le fue impuesta.
La gente vio su poder,
Y lo adoraron.


Creció en poder,
Y su poder era fuerte,
Sus métodos para hacerse
Respetar y obedecer
Eran grandes.


Y los Hijos de Seth
Lo nombraron Rey
De su gran Ciudad,
La Primera Ciudad.
Pero Caín estaba solo