The rain song





Flotaba, sobre la densa orilla oscura de la nocturna bajamar. 

A su alrededor, sólo agua, sólo sal. Sólo el murmullo de la brisa incesante y cálida de un verano cuasi tropical. La playa estaba desierta y descansaba al fin, resguardada toda ella de la afluencia estival, y las farolas del paseo marítino, junto con las luces brillantes de los restaurantes y los hoteles, le daban al cielo un aspecto rojizo, denso y misterioso, y se alargaban en confusos reflejos sobre las mareas, deformándose caprichosamente. 

Ella entreabrió los labios, y símplemente se dejó mecer por la corriente que la acunaba, mientras miraba hacia lo alto, alejada del bullicio urbano, envuelta en aquella calidez salada que acariciaba su piel sin descanso. 

Extendió los brazos, y de nuevo, la brisa, se deslizó sobre su carne, erizándola, rozando ahora sus pechos desnudos, que saludaban al firmamento con descaro y atrevimiento. 

Se preguntó si alguien estaría reparando en ella en aquel instante conciso y perfecto en el que era capaz de sentirse pequeña, diminuta, de una forma paradójicamente grandiosa. Y no tardó en decirse a si misma que aquello, al fin y al cabo no importaba, pues en aquel momento, en aquel preciso momento, tenía el universo bajo su cuerpo y ante sus ojos, ¿y qué otra cosa podía ser más relevante que la inmensidad en la que la hacía precipitarse aquella certeza?

Inclinó el rostro hacia atrás, y se dejó hundir por el movimiento del suave oleaje, antes de, finalmente, posar los pies sobre el fondo movedizo de arena fina y mojada. Miró hacia la negrura del horizonte, dando la espalda a las estridentes edificaciones de la ciudad que brotaba tras de sí, como una mala hierba, sin orden ni propósito.

Y de nuevo fue una con el Todo, diminuta e insignificante. Sobrecogedoramente insignificante ante la cuantía de lo que su mirada no era capaz de abarcar. Maravillosamente pequeña.

Entonces, como si fuera consciente de su sobrecogimiento, el cielo plomizo se abrió dejando entrever sus secretos, y éstos trajeron consigo una intensa lluvia tibia.

Sentimiento de irrealidad





Y a veces, cuando el mundo que la rodeaba la ahogaba en una cacofonía de gritos y reproches, de requerimientos, de exigencias y de expectativas no satisfechas, horadando en ella con aquella daga de desasosiego cuyo filo tan bien conocía; huía de su propio cuerpo.

Y desde aquel plano distante y diferente al que se transportaba en esos instantes todo parecía irreal. Todo parecía envuelto en un aura mística y agobiante que la hacía dudar hasta de los hechos más irrefutables. La hacía cuestionarse la tangibilidad de su entorno, e incluso la suya propia. La hacía temer a sus propios sentidos, que parecían confabular con la intención de enloquecerla, de lograr que se perdiese en los rincones más oscuros de su psique y llegase a creer que de hecho su cordura se había esfumado. 

En aquel plano abstracto los temores engrandecían y las emociones le provocaban confusión y entumecimiento. Y cuando lloraba, desde aquella realidad figurada, las lágrimas brotaban como si rodasen por unas mejillas que no eran las suyas. Como si su calidez y su sabor salado fueran sólo una quimera, un artificio dentro del sueño de una mente revuelta. 

El corazón le latía deprisa, retumbándole en las sienes, ¿pero era acaso ese latido el suyo propio, estando ahora ella tan lejos del epicentro de su anatomía? La respiración se le aceleraba, y resonaba en sus oídos, lejana, alienígena. Y su mirada, finalmente, quedaba fija en la nada, mientras sus pupilas, inquietas, se deslizaban a lo largo del escenario que se presentaba ante sus ojos. 

Permanecía en silencio, incapaz de articular palabra mientras se buscaba a si misma dentro de aquel pecho, de aquellas piernas, de aquellos brazos, desesperada. 

Y cuando al fin se encontraba y despertaba de aquella fantasía angustiosa y onírica, respiraba hondo, varias veces, hasta marearse, hasta embriagarse con el mismísimo aire que la rodeaba. Estaba viva. Estaba presente. Seguía siendo ella. Y quizá siempre lo había sido, pero, ¿quién podía asegurárselo cuando la Irrealidad llegaba y se la llevaba con sus vientos arrebatadores?