The last promise




Yo lloré lágrimas de amor cuando,
con mis útiles puntiagudos,
sacrifiqué aquello que era la parte primera de mi alegría,
mi hermano.
Y la sangre de Abel cubrió el altar
y olía dulce mientras ardía.
Pero mi Padre dijo:
“Maldito estás, Caín,
quien mataste a tu hermano.
Como yo fui expulsado, así lo serás tú.”
               
                                                        El libro de Nod

Sus manos temblaron al depositar el pergamino sobre la superficie del escritorio. "Maldito... Maldito estás, Caín."  Las palabras resonaban en su mente en tono de sentencia final, y las lágrimas carmesí se derramaban por sus mejillas mientras el eco de tal declaración inundaba su alma. 

Así era como había empezado todo, prolongándose después a lo largo de los eones hasta que la maldición le había alcanzado a él. Y al igual que Caín, en una malentendida muestra de amor, había querido compartir lo que hasta hacía escasas noches había considerado un don con quien había cautivado lo poco que quedaba de su alma humana. Y ahora estaba solo, porque no había funcionado. 

La desangró hasta la muerte, tal y como Lucius le dijo que había que hacer, y luego le dio a probar su sangre. Y el elixir que supuestamente debía darle una vida nueva se resbaló de entre sus labios fríos, y luego, sólo hubo silencio. Silencio ininterrumpido. 

Luego tuvo que esconder su cuerpo como un vulgar asesino. Exactamente como lo que era. La enterró en medio del bosque, y cada palada de tierra pesaba tanto o más que todos los años que había vivido, y entonces se percató de que había perdido el sentido del tiempo y de que había vivido, o al menos existido, más de lo que pensaba. Se preguntó si había valido la pena, si esos años le habían traído alguna dicha, y tuvo que reconocer que lo único que había conseguido dejando pasar los lustros y los siglos, era perderse a si mismo. 

Entonces llegó a la conclusión de que la única razón por la que continuaba con aquel sinsentido, era por el temor que le suscitaba la idea de dejar de existir. El no saber qué ocurría con un alma manchada por una condena impuesta por el mismísimo Dios, o lo peor, imaginarse las posibilidades. Pero, ¿acaso su existencia no estaba convirtiéndose poco a poco en un erial? ¿Acaso merecía la pena cambiar los fuegos del infierno por la monotonía, la incomprensión de los nuevos tiempos, la soledad y la inevitable condición de acabar perjudicando a todo aquel que se acercaba sin miedo?

Se arrodilló sobre la tierra removida, y juró en silencio. Algún día, no sabía cuándo, no sabía si pronto o dentro de un siglo, descansaría allí con ella. Recordaría aquel lugar, y volvería cuando el miedo a lo incierto fuese algo desestimable frente al hastío de la eternidad. E intuía que no tardaría demasiado en suceder, pero la forma en la que consideraba el tiempo estaba dilatada. 

Arrancó una flor blanca de las ramas bajas de los árboles, y la depositó sobre el lugar en el que ahora descansaban sus anhelos, y las últimas ganas que le quedaban de seguir. Permaneció allí hasta que la amenaza del amanecer se hizo inminente, y sólo entonces fue capaz de abandonarla. 

1 Response to The last promise

  1. Marta says:

    Momento de "darse cuenta de", me gusta el giro existencialista del relato :) Invita a pensar.

    Besitos!

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