La cita II





Atravesó el umbral llena de inseguridades, internándose en una penumbra más densa. La reminiscencia de esa humanidad que aún conservaba, le decía que en aquellos momentos de haber estado viva su corazón estaría latiendo como un caballo desbocado mientras seguía las instrucciones y cerraba tras ella. Se mantuvo inmóvil, hasta que sus ojos se adaptaron a la escasa luz.

Unos ventanucos cuadrados, situados a ras del techo, dejaban pasar  algo de iluminación desde la calle. Dorothy estaba en un largo pasillo, lleno de cajas y bultos, que por sus características parecían atrezzo, así como algunos cables y cuerdas a lo largo del suelo y colgando desde lo alto. Al final del mismo, unas escaleras metálicas conducían a un nivel superior, en el cual se vislumbraban unas grandes y tupidas cortinas. Sin lugar a dudas, se encontraba entre bastidores.

Sus pisadas resonaron con mayor intensidad en sus oídos. Sabía que era porque se había permitido percibir su alrededor con mayor precisión, aguzando sus sentidos tal y como había aprendido que podía hacer gracias a su sangre. Sabía que de no hacerlo, ahora le estaría costando bastante avanzar a lo largo de ese pasillo, y no habría sido capaz de distinguir aquello con lo que podía tropezarse o las escaleras por las que debía subir, pero la falsa percepción de que sus pisadas se volvían más reveladoras aumentaban su nerviosismo.

Ascendió por los escalones metálicos, echando de menos su respiración acelerada. Tragó, como otro de esos gestos humanos que pretendían aplacar su inseguridad, en un intento de reunir las fuerzas suficientes para traspasar las cortinas y quedar expuesta a lo que fuera que la esperase tras ellas.  

En un arranque de valor, las agarró con los puños, y las deslizó. Se escurrió entre ellas y salió a la palestra. Entonces escuchó a alguien moverse, a una velocidad excesivamente rápida para un mortal. Antes de que pudiera vislumbrar o deducir nada más, se oyó un click, y de pronto, se hizo la luz.



Dorothy siseó, y se llevó las manos a los ojos. La potente luz blanca del foco que apuntaba hacia ella, hizo que se acurrucase sobre el suelo, cegada, luchando contra el instinto, tensándose mientras la parte más primitiva de si misma la empujaba a alejarse de allí, a correr cuanto pudiera y ponerse a salvo.

Es sólo un foco… Sólo un foco…-se repitió a si misma varias veces, mientras por fin notaba cómo la imperiosa necesidad de su bestia interior cedía ante su voluntad. Aún así, ahora temblaba, y se sentía horriblemente indefensa con los ojos cerrados, incapaces de ver otra cosa que no fueran deslumbrantes destellos blancos.

Escuchó una risa femenina, no muy lejos del escenario. Y luego unos pasos… Escuchó el repiqueteo de unos tacones de aguja, y dedujo que la risa había sido de la mujer que los llevaba puestos… Pero había otros pasos. Unos más largos y espaciados, que podrían ser propios de alguien que o bien caminaba dando zancadas o tenía una altura no despreciable. Además, debía ser un hombre, por la pesadez con la que resonaban sus zapatos.

Pero no podía saberlo con seguridad, no le habían dicho quién estaría esperándola en el teatro, y ahora no era capaz de verlo. ¿Estaba aquello planeado? Tan pronto como se hizo a si misma la pregunta, se dio cuenta de que ésta era retórica. Era obvio que aquello formaba parte del juego.